sábado, 22 de septiembre de 2007

"¿Pobres Argentinos?" de Estebanm Vazquez


¿Pobres Argentinos?

El humo de la crisis no se había disipado todavía y seguíamos ciegos la voz de uno que “no nos iba a defraudar”. Dejábamos atrás ruinas de un país y transitando en esta niebla, todavía atontados por los palos de los militares, caminábamos de regreso al mismo pozo.

Los que debían aparentar sobriedad y resguardar la seguridad aprovechaban a golpear a uno que otro detrás de un escombro. Nuestras esperanzas hechas jirones comenzaban a remendarse con parches… ¡pobres retazos de política!


La luz que nos prometían colaboraba con nuestra ceguera, la noche del gobierno nefasto había sido muy oscura, y así nos dirigíamos al precipicio de esta caverna. Y la peregrinación fuera de este infierno se hacía eterna.


Junto a los escombros, hogueras que quemaban la libertad, el derecho, el orgullo. Al calor de ellas, se cerraban heridas mal curadas que recordamos hasta el día de hoy.

Pero avanzamos, no nos quedamos, sólo que esta vez cada uno se preocupaba por si mismo. Unos pocos levantaban al caído; unos pocos se solidarizaban y era muy extraño no encontrar un interés egoísta en ese gesto.

Nos regalaron espejos que mostraban una hermosa realidad. Reflejaban colores, reflejaban mentiras, reflejaban engaños. ¿Avanzábamos? ¿Volvíamos? Regresábamos. A las ruinas que dejamos atrás hace apenas unos años, pero nosotros mirábamos nuestros espejos. Y la niebla se esfumó. Y el cretino quedo al descubierto, pero ya era tarde.

No nos parecíamos en nada a la gran potencia del norte. Es que, eso justamente nos prometió, y resulto un fraude. Resonaba la tan politizada frase, haciendo eco en las cavernas de la miseria: “No los voy a defraudar”. Y el país del norte bajaba a las ruinas para cobrar lo que nos había prestado, para vestirnos de potencia.

El cretino se atrevía, todavía, a una segunda oportunidad. Tenía chances claro, porque nos regaló espejos de color. La oportunidad la tuvo. Se la concedimos sin dudar. Y él no dudo en saquear el país, lo poco que quedaba en él. Eso si, nos dejó las ruinas, no se llevó los escombros. Las hogueras las dejó prendidas y no dudo en dejarnos las deudas. Y se dijo: “Pobres argentinos”… yo digo: “¿Pobres argentinos?”.

By Esteban Gabriel Vázquez
Realizado en el Taller de Producción y Comprensión de Textos I

martes, 18 de septiembre de 2007

Perfume de Cristian Serrano

Perfume


Él la encontró en los momentos de la vida en los que no se debe encontrar a nadie. Menos a ella. El se perturbó, se acomplejó, se sobornó, se idiotizó, se preocupó pero, sobre todo, se dejó seducir. Un encuentro contingente, fortuito, podría haber sido ella u otra, pero fue ella. Aquel cinco pasó a ser un eterno y placentero dieciséis y los encuentros, esporádicos y estructurados, podían ser serios o divertidos, silenciosos o locuaces.

Todo había en ella que colmara sus deseos. Belleza, inteligencia, sonrisas, miradas. Y el hecho no pasa por el color, tamaño o fisonomía de un par de vivaces ojos; la cuestión está en la mirada, en el mensaje encerrado en ellos.

Un mensaje tácito que se acrecienta en el lenguaje más hiriente que se ha establecido. El lenguaje del ver (o del querer ver) algo más que lo que realmente es. Una ilusión a la que se le da forma y que se cree. Pero… no era el momento, entonces él se excluía y se alejaba, ella no lo sabía o fingía no saberlo.

Y, nuevamente, las letales miradas se hacían presentes y destruían los escudos que él había pergeñado. Una defensa indecorosa ante la ofensiva femenina que lo invadía.
Todo en ella lo era, todo tenía su sentido de ser y de estar. Entonces él, como una pobre hoja vapuleada por los vientos otoñales, se entregaba a sus fantasías y creía. Tal vez era necesario confirmarlo pero, quizás, esa confirmación terminaría con su deseo; y ahí residía el temor.
Temor también a la respuesta deseada. Qué pasaría si ella dijera si. Si ella expresara en su mirada la dulce aprobación: un mundo implacable se vendría sobre él y acabaría con la realidad que lo rodeaba. Los feroces defensores de la ética y la normalidad, de lo canónico y moral, de lo religioso y legal lo destruirían en pocos segundos. Pero, claro, ellos no la conocían y él la conoció en el momento que no debía.

Pero había algo más que toda ella. Algo que estaba en ella pero no era de ella. La acompañaba en sus días y, seguramente, en sus noches. Él lo conoció también y supo que otros también lo habían conocido. Y para ellos no fue un momento inadecuado al conocerlo.
Aquello que provocada la persecución amistosa en aquellos hombres, generaba en él un deseo irrefrenable de locura y desparpajo; de inconciencia y aventura; de sueños y pesadillas; de pasión y ternura. Ese algo, motor incansable de los pensamientos masculinos, era su perfume.

sábado, 15 de septiembre de 2007

Un día distinto de David Akerman

Un día distinto

Sonó la chicharra y me levanté. Eran las 06:35 según las agujas del viejo reloj. Me dirigí hacia el baño dispuesto a asearme. Antes, pasé por la cocina y llené una pava de agua (la que apoyé sobre la salamandra caliente) para tomar unos mates.


Mientras me duchaba, sentí el gritar de mis tripas, así que salí de la regadera, crucé el comedor y volví, de inmediato, a la cocina. Ahí, corté algunas fetas de pan viejo y les unté un dejo de mermelada que había quedado en un frasco dentro de la alacena. Comí dos rodajas y el resto las resguardé para la finalización del baño. La pava, aún, no había entrado en ebullición.


Pasaron algunos minutos, cuando terminé de asear mi cuerpo. Me cubrí con una toalla en la cintura y fui a sacar la pava del brasero. ¡Desayuné unos ricos mates amargos con unas buenas tostadas con dulce de ciruela! (como acostumbro hacerlo). Estaba pipón: creí que no me entraría mi tersa camisa blanca.


Ni bien terminé mi primera comida, comencé a vestirme. Camisa, calcetines, pantalón, cinturón, zapatos lustrados, corbata y saco acabaron de acomodarse a mi silueta a las 08:43 del veterano “tic-tac”.


Antes de salir a la calle, una última mirada al espejo. Mi reflejo me decía que en la cabeza faltaba fijador. Pero cuando todo parecía normal, cotidiano, hasta rutinario, una fatal noticia descubría esa mañana, que me anunciaba la ruptura de un día corriente que me llevaría a quién sabe que destino: no había “Gomina”.


Tras varias horas de meditarlo, angustiado, emprendí, a ciegas, la búsqueda de un mundo de sensaciones en el Buenos Aires querido bajo el sol radiante de mediados de octubre.
Caminé cuadras, mientras traspasaba docena de adoquines con mis pies encuerados en viejo charol del ’45. Tanto andar me condujo a una muchedumbre.


Una turba enardecida coreaba la liberación exitosa del General “perón” (tenía un mentón prominente) al coro de “Viva perón”, “Viva perón”. Yo estaba indignado por la situación de mi cabello ante tantos ojos expectantes.


Cada vez era más la gente la que se agolpaba a la Plaza. Cuanto mayor era la cantidad de personas, más fuertes eran los cánticos y la algarabía. Jamás había presenciado un hecho de tal magnitud en el país. ¡Tal recibimiento! Era descomunal.


No cabía un alfiler. Así que cedí mi lugar a otro y marché a mi casa. En el camino, me salí del recorrido algunas cuadras y compré en “La Barbería de Carlini” mi ansiado tarro de “Gomina”.
Solo faltaban algunas baldosas para abrir la puerta de mi hogar y las agujas de mi “Longines” anunciaban las 16:45. No lo podía creer, ¡cuanto me había demorado el acto de bienvenida del General! Estaba fascinado por la jugada del destino.


Una vez dentro de mi casa, corrí hacia el al almanaque que colgaba de un gancho de la cocina. Observé con exactitud que día era, porque quería que quedara en mis recuerdos durante toda mi vida, a modo de experiencia.


Así lo fue, un día distinto. Nunca pude olvidar aquel 17 de Octubre de 1945 en que salí a la calle con el pelo sin “Gomina”.

Redactado por David Akerman de Segundo Año de la Comision 2 para el Taller de Producción y Comprensión de Textos II.
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"Los colores al poder" por Fausto Vitale

Los colores al poder

Todo sucedió cuando los colores tomaron el poder.

Las combinaciones más poderosas, llenas de excitación, lograron materializarse en las más increíbles concepciones que el ser humano jamás haya podido contemplar.

En un principio, el hombre no se dio cuenta del propósito que perseguían los colores.

Empezaron por mezclarse, y lo hicieron de tal manera, que las mixturas que lograron excedían las capacidades humanas de apreciar todas las tonalidades compuestas.

Según su decálogo del color, que reemplazó, sin previo aviso, todas las constituciones legislativas y los derechos de la humanidad, existen en su haber, fruto de su copulación, exactamente tres billones quintos mil de ellos.

En un principio fueron aceptados.

Cuando el rojo comenzó por adueñarse de las calles, la gente admiraba cómo los cementos cambiaban de color. Pero esto no causó más que un pequeño asombro dentro de tanta urbe. Los noticieros, por lo tanto, no pudieron alimentar la pantalla con esta fantástica y colorida noticia. Solo mereció un flash dentro de los horarios del mediodía.

Es que la gente vivía tan encerrada en sí misma, tan aislada de lo que sucedía en la ciudad, que no se daba cuenta de que ésta cambiaba de color.

Y no darse cuenta es decir demasiado.

Los rojos, vigorosos, audaces y extremos, son sinónimo de poder fundamental que nunca puede ser ignorado. Si hasta las señales destinadas a alertar de los peligros lo utilizan. Será por esta falta de atención que la cantidad de víctimas por accidentes de tránsito había aumentado, con respecto a un año atrás, un quinientos por ciento.

Pero lo más irónico es pensar que estas tonalidades pueden simbolizar y confluir en las más intensas pasiones; el amor, el deseo, el exceso emocional. Y ni siquiera se vieron nuevas parejas, ni jovencitos de la mano paseando por las plazas. Igual da, hacía mucho que eso ya no estaba de moda.

Lo que sí produjeron los rojos fue el crecimiento del odio social. Las calles se llenaban de griteríos y las peleas ayornaban cada esquina.

Entre tanta violencia, los azules aparecieron para calmar un poco la revolución. Esto convirtió a la ciudad más refrescante. Fue tranquilizador y hasta sedó a la mayoría de los ciudadanos.

Lo más negativo fue que, al mismo tiempo, les provocó cierta tristeza. Pero no fue raro ver personas llorando por las calles. Era normal.

Así, los azules se fueron adueñando, poco a poco, de la naturaleza en su totalidad. Los árboles pasaron a ser todos de color azul.

Las flores no escaparon de la mudanza. Los pájaros, los insectos, todos los animales cambiaron al mismo color.

No hubo mucho asombro cuando los océanos oscurecieron su tono, después de todo, antes habían sido un poquito más claros.

Los ríos, negros y contaminados, se vistieron de un azul intenso; por lo menos así no parecían tan contaminados.

Nada qué decir cuando los azules se encontraron ante los rojos. Nacía el violeta para aumentar poderes y acrecentar soledades.

Los edificios se pintaron de elegantes, los autos, los basureros, las ropas, los electrodomésticos, las computadoras, los televisores. Todo cedió ante el poder del violeta, capaz de impulsar hasta el sacrificio pon un ideal.

Y así fue. Las personas comenzaron a matarse entre sí, sin razón alguna.

Otras optaron por encerrarse en sus casas o seguir con su vida normal del trabajo, el supermercado y la cocina.

Los periódicos, violetas también, cosa que dificultaba su lectura, ni siquiera aludían a los cambios que sucedían a su alrededor, y en el mundo.

Cuando los amarillos entraron en escena, la sociedad entera logró darse cuenta de lo que estaba sucediendo. Este color favoreció la claridad mental y los procesos lógicos.

La facultad de razonamiento abrió la conciencia del hombre hacia las nuevas ideas y los intereses de poder de los colores.

Y cuando éste cruzó los límites de los preexistentes, la proliferación de matices fue increíble.

Ya no se podía hacer nada al respecto. Los noticieros, las radios, todos los medios quisieron advertir de lo que pasaba, pero ya era demasiado tarde.

El hombre estaba sometido a la hegemonía del color. A sus leyes, a sus normas. A sus formas de manejar la ciudad sin poder intervenir en ninguno de los procesos.

Alguien predijo, hace unos días, que el negro y el blanco iban a acusar su entrada triunfal el mes entrante.

Las personas, por las dudas, se aíslan en sus viviendas y se quedan allí. No por el blanco, sino por la oscuridad y miedo que provoca el negro. Creen que oscurecerá todo el mundo. Y también piensan que ahora, el turno de cambiar de color, es de ellos.


Escrito por Fausto Vitale de La Comision I de Segundo Año

(GRACIAS TOTO POR LOS PLOTERS DEL BLOG)

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Hasta La Vuelta!!

lunes, 10 de septiembre de 2007

"El Solitario Infierno" de Maria Sol Romeo

EL SOLITARIO INFIERNO

Marissa está apoyada en un rincón de su habitación. Desde allí observa que su cuarto está repleto de aparatos electrónicos y que esa es la única esquina que no ha sido tocada por la modernidad. Por eso está parada ahí. De vez en cuando, necesita tener otra perspectiva, quiere recordar.

“Lo que más extraño son las caricias”, piensa mientras repudia su vida actual. Su computadora hace un sonido estridente. “¡Ahora no!” grita Marissa como respuesta. Alguien está queriendo hablar con ella, pero cuando se dedica a pensar no quiere ser molestada por esa sonoridad programada. Llora porque recuerda que veinte años atrás cuando alguien deseaba comunicarse con ella decía su nombre. Ahora un aparato le avisa que un ser humano desea decirle algo. Muy patético para alguien que vivió la época pasada.

Cierra los ojos y recuerda el último día sin toques de queda. Se ve corriendo por el parque y besando a sus familiares, amigos y, por supuesto, a su amor. Ahora, las personas sólo se comunican por máquinas. Se trabaja a través de páginas Web, lo mismo ocurre con las compras al supermercado o de ropa. Un aparato mecánico de tres ruedas deja todo el un tubo que conecta las casas con las calles.

“Necesito mirar a los ojos”, le dice a su madre mientras observa el computador del cuarto. Sabe que quien alguna vez la tuvo en su vientre, también lo contempla desde su casa. Cuando su madre escucha esto, inmediatamente enciende la cámara que está ubicada al costado del monitor.

“No, así no quiero”, brama Marissa. “Quiero ver a alguien a los verdaderos ojos, necesito dar una mano”, continúa, pero su madre la interrumpe. “¿Cuántas veces más debo explicarte que si se tocan dos humanos virus y enfermedades se traspasan? Antes era posible hija mía pero ¡esa época terminó! Ahora debemos conformarnos con las computadoras que tanto amamos en sus comienzos”. La mujer más joven da vuelta la pantalla y retoma su espacio entre el cruce de las dos paredes sin tecnología.

Mientras se acomoda parada en la esquina, y hace fuerza para estar bien adentro del espacio, llora. Se lamenta por la vida que perdió y que no valoraba. Ella jamás se hubiera imaginado que no viviría así para siempre. Hasta el último día lo tomó como algo gracioso. Creía que solo duraría un tiempo. Hace ya veinte años de ese día y ella no lo comprende. Sigue luchando para que su corazón no se acostumbre a este desamparo.

Cuando se para allí recuerda también los besos y las caricias de Sebastián. Daría cualquier cosa por volver a tocarle la mano, tan sólo rozársela. Durante casi tres años se amaron día y noche. Nadie se los impedía. Ahora, sólo podían mirarse por un aparato.

Las caricias virtuales no son lo mismo. Son estímulos producidos por un traje especial. Parecen cosquillas molestas más que un apretón de manos o un masaje. Marissa odia no poder besar a Sebastián. No poder demostrar amor es lo peor q le ha pasado en su existencia.

No pueden casarse porque la gente ya no contrae matrimonio. A veces, se realizan unos análisis para ver si su sangre concuerda y allí se firma un contrato que posibilita que el mundo sepa que sos el marido o la mujer de alguien. “¿Para qué nos sirve un papel, Sebastián, si no nos podremos ver jamás?”, había sido la respuesta de Marissa durante todos estos años.

Marissa amaba su trabajo. El de antes. Ella enseñaba idiomas a los niños. Ahora existían dos opciones. Los padres compraban un programa, por Internet. Luego de ser descargado en la computadora personal del niño, una o dos horas por día, debía asistir a una clase donde un aparato lo calificaba.

La otra opción era que personas, como ella, conectaran su computadora con la de cada alumno y a la hora pactada todos se sentaran frente a la pantalla para recibir una clase un poco más humana. Cada uno instala una cámara y así, todos pueden verse. Las tareas deben escribirlas al mismo tiempo y si alguno se desconcentra o comienza a jugar, una luz se prende en la pantalla de Marissa señalando la ventana de ese pequeño. Al final de la hora, cada padre o tutor deposita una suma de dinero pactada en una cuenta a nombre de la profesora humana.

Ninguno de éstos inconvenientes le molestaba tanto como el hecho de que se sentía vacía. Muchas personas habían decidido tener hijos para no sentirse tan solos. Pero hasta tener un niño, se había vuelto un hecho espantoso. Si una mujer quiere ser madre debe contactarse con un banco de semen virtual que al cabo de unos meses le conseguirá la unión perfecta. Un aparto robotizado aparecerá con una sustancia que incluye espermatozoides y la mujer debe aplicárselo. El día del parto, otro aparato aparece y realiza el nacimiento.

Si un hombre desea tener niños, debe contactarse con un banco de vientres alquilados virtualmente. Al pasar unos días, un robot aparecerá y el señor deberá entregar su semen. Una mujer que presta su útero como un espacio de alquiler tendrá el bebé. Luego de nueve meses, el robot volverá con un pequeño y se lo entregará al afortunado padre.

“¡Lo más estremecedor que escuché en años!”, pensó Marissa mientras que recordaba el nacimiento de su hermana veinticinco años atrás. Toda la familia había corrido a la clínica para ver cómo nacía una nueva vida. “Creo que si mis padres hubiesen sabido qué mundo nos esperaba, jamás habrían decidido tener hijos”, analizaba una y otra vez.

Marissa abre los ojos y decide que ya fue suficiente. Si sigue comparando este solitario infierno que le toca padecer con la vida que alguna vez disfrutó deseará morir. Las mentes humanas de la época pasada son muy inestables. Quienes siempre vivieron así no saben la diferencia. Están conformes y creen que siempre fue de este modo.

Muchos tratan de explicarles a los niños que antes la gente reía más seguido. Que las personas se encontraban a toda hora para conversar o comer juntos y nadie moría a causa de ello. Pero los adolescentes no comprenden y los más chicos tampoco. “¡Pobres los que conocimos la otra vida!”, dice entre suspiros mienta una luz tintineando le comunica que es la hora del almuerzo y que en media hora debe dar una clase de inglés.


Escrito por Maria Sol Romeo de la primera comisión de segundo año.

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Hasta la Vuelta!

jueves, 6 de septiembre de 2007

"Vigilia de un noble" por Esteban Gabriel Vázquez

Vigilia de un noble

La tenue de luz del fuego se colaba en pupilas divagantes. Allí en las altas cumbres del norte argentino, un centenar de gauchos descansa entre peñas borrascosas y a metros de un afluente de agua. El calor de la llama no podía penetrar la barrera pétrea de frío que cubría el contorno de sus manos, pero si calaba la mente y los pensamientos.

Todos ellos mirando al fuego excepto uno. Aquel daba la espalda a los encantos de las flamas. Esta noche no quería sucumbir tan fácilmente a las sensaciones que despierta un buen fogón en compañía de sus hermanos. Esta noche sólo quería saber por qué.

La razón escapaba a su entendimiento. En su cabeza sólo se dibujaban sus afectos, su esposa, sus hijos, su tierra, el rancho que lo vio crecer. Sólo eso quería ver. Una patria libre del opresor en donde los críos puedan correr a sus anchas y las chinas puedan dedicarse a la labor de sus hogares.

Intentó pero no pudo. Era inútil para él entender aquella nobleza de la que alardean los letrados criollos. Si nobleza no es entregar la vida por la causa como la dan los gauchos en el más lejano anonimato, sin más testigo que el cóndor que sobrevuela la cordillera, no entendía la palabra nobleza. Allí estaba él y a su lado descansaba Josefo.

Josefo era un muchacho de once años. Huérfano de ciudad, no tenía madre o padre, o hermanos a quien defender. El sargento lo recogió un día y desde ese momento, el chico no se apartó de su lado. Fue emocionante verlo actuar contra los moros. Tomo el fusil como cualquiera de los gauchos y a brazo firme defendió las espaldas de su sargento.

Por un momento vio que el chico temblaba e intentó cubrirlo con el poncho que resbalaba por quedar corto, sobre sus lomos, pero sin prestar demasiada atención volvió a sus reflexiones.

El tratar de entender lo traicionó. Que patria podría forjar un puñado de gauchos que, aunque lucha con vehemencia, no entiende de políticas y letras. La sangre ya seca en sus manos, cobraban un sentido obsoleto. Las heridas ya no gritaban la gloria que merecen los gauchos guerreros de Güemes. Una brisa fría hizo presa de su espalda y sintió un escalofrío que le causó pavor.

La noche había avanzado y el débil fuego que prendieron los soldados se extinguió para dar lugar al cielo rojizo de oriente. El sargento inundado en un mar de pensamientos cabeceaba dando las espaldas al fuego. Por última vez arroparía al joven Josefo y se dispondría a recostarse por lo menos una hora antes de continuar su camino. Era la madrugada del 5 de mayo de 1818 y Salta quedaba a unos pocos kilómetros de allí.

Un gaucho que hacía las veces de espía despertó de forma brusca al sargento, quien se repuso en un acto reflejo. Había llegado la hora de la libertad. Sus soldados se alistaron y dio gracias a Dios de que sólo a él lo habían asaltado tales pensamientos de derrota. El coraje y la valentía de los gauchos estaban intactos y su disposición indicaba que iban a la victoria segura.

Cuatro años cuidando las fronteras del norte y al fin el momento había llegado. Una noche de fantasmas no pueden doblegar el espíritu de un gaucho tan bravo como Martín Güemes. Otro día tal vez, si la patria no demandaba sus servicios, pero no hoy.

Tomaron rápidamente las pocas armas que poseían y montaron con ligereza los caballos. Ciñeron en su cintura el facón que los caracterizaba y compartieron un trozo de charqui. Todo era movimiento y algarabía. Todo menos aquel pequeño bulto escondido entre ponchos y cueros. Tieso en posición fetal yacía todavía Josefo y su sargento lo notó.

Un cóndor surcó los cielos sobre ellos y allí entendió. Un sublime sentimiento que quemaba y calaba en su interior más que el calor de la fogata. Aquel muchacho no entendía de razones, ni de políticas pero tampoco tenía madre o padre, o quizás hermanos por quien luchar. No tenía un rancho, no tenía tierras, no tenía nada. Simplemente luchaba por la libertad. Por su patria iba a la guerra, por su país moría.

Por esa simple razón, la nobleza lo coronaba en el más lejano anonimato. Desde aquella alta cumbre vería la liberación de Salta, desde allí vería un pueblo libre, desde allí vería un nuevo amanecer.

Escrito por Esteban Gabriel Vázquez // Segundo año –Comisión I-

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HASTA LA VUELTA!

martes, 4 de septiembre de 2007

"La Mala Decisión" por Juan Manuel Yassin

LAS MISMÍSIMAS PALABRAS DEL COMPAÑERO:


Hola gente!!! soy Juan Manuel Yassin de 1º comisión 1 en Miramar. Aca les
mando mi producción en textos 1 para que la suban a cofradía mental. Trata
sobre los quilombos del 90 en la Argentina. espero que les guste. gracias y
nos vemos!! un abrazo

La mala decisión

Hemos llegado a los 90. Las privatizaciones han creado en la masa, un sentimiento de “lo ajeno a lo propio”. Ha subido al poder un presidente que maneja Ferrari y gobierna al mismo tiempo.

La situación es crítica. Nos sentimos engañados. Pero no tenemos pruebas para desenmascararlos. Estamos sumisos ante ese gobierno. Es como si tuviéramos una pared encima de nosotros. Una tonelada de cemento que nos oprime. No tenemos a donde escapar. Sólo podemos esperar al próximo presidente.

La música es la única manera en que salimos de la sofocación. En ella encontramos las respuestas. Con ella, vivimos y nos transportamos hacia la utopía. Sin más preocupaciones, oímos su sonido que, como pájaros a la mañana, dan esperanzas a nuestros días.

Se han derrumbado imperios de empresarios. Dictaduras de aquellos que hacen del consumo, su negocio. Lo único que se nos muestra, es la desfigurada cara de su persona. Lo único que se nos crea es más desconfianza.

Si bien el desarrollo ha llegado a nuestro país, se esconde algo más grande atrás. Se nos dice que estamos a la altura de grandes naciones. Los mismos que nos transmiten esas noticias, son quienes mueren acribillados en sus autos. Pagan por sus mentiras dichas al público.

Quienes soñamos con la utopía, debemos escapar de aquí. Llevar nuestra bandera y nuestras lágrimas a otro país. Cruzar el Océano sin mirar el hundimiento de nuestro barco. Empezar de cero en nuestro nuevo hogar. Ese lugar de nuestras raíces. Allí, donde todo empezó.

Estamos vendados por la misma venda. Engañados con la misma mentira. Obstruidos al desarrollo por el mismo obstáculo. Sólo queda esperar. Mirar lo invisible. Creer en lo imposible.

Hemos pagado por nuestra mala elección. Ese papel con el que marcamos nuestro destino. Esa mala elección de la que nuestros padres nos advirtieron. Aquella desdicha de nuestras vidas, la estamos pagando con hambre, muerte y robo. Sólo podemos fiarnos de la justicia de Dios.

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HASTA LA VUELTA!!