miércoles, 29 de agosto de 2007

"Eutanasia" por Matías Calabrese


Eutanasia

Me desperté agitado, el cuerpo me sudaba y tenia la sensación de estar respirando mas rápido que de costumbre. Ese sentimiento de ahogo se volvía a repetir y no había medico que me pudiera explicar mi situación. “Usted es un hombre grande, son síntomas de la edad” me decían y me daban un blister de aspirinas para ayudarme con la circulación. Mi mujer me armó una dieta, argumentando que mi problema era el colesterol y que lo que se me ahogaba era el corazón de tanto lípido acumulado en las arterias.

Esa noche el ahogo fue mayor, mi pecho se sofocaba y mi voz enmudecía entre los ronquidos de aire que trababan mis cuerdas vocales. Mis ojos ce cerraron y una luz blanca ilumino mi rostro.

El foco del cielo raso del hospital me cegaba y mi mujer lloraba de alegría al verme despertar, su cara estaba más detallada que de costumbre y en su sonrisa ya no encontraba la tranquilidad que ella me sabía transmitir, en lugar de eso veía una serie de gestos nerviosos que se repetían como tics. Yo había estado 16 meses en coma a causa de un infarto. Los doctores no veían ninguna esperanza en mi recuperación y solo me mantenían vivo por orden de mi familia. Trate de tocar la mano de Maira, mi pequeña hija, y no podía mover mi mano, intente incorporarme y mis piernas no respondían, solo podía mover la cabeza. La desesperación me invadió, las imágenes en mi cabeza se oscurecían y mis ojos se cerraron nuevamente viendo a la enfermera pasando un líquido transparente por un catéter que primero durmió mi brazo y después me sumió en un sueño profundo. La morfina además de ser un sedante es un químico que ayuda al pensamiento.

El doctor Hopkins me dijo que las probabilidades de volver a moverme eran nulas, ya que, tras sufrir el infarto, las terminales motoras de mi cerebro se habían destruido casi por completo.

Después de mucho meditar, concluí que era egoísta permanecer postrado en esa cama, consumiéndole la vida a mi mujer y a mi pequeña hija y haciéndole gastar a mi familia infinidades de dinero para mantener las máquinas que me mantenían con vida. La decisión estaba tomada.

Le dije a mi esposa que me ayude a escribir cartas de despedida, contando de mi situación y mi decisión.

El 19 de noviembre de 2006, a las 16 hs la sala del hospital estaba fría, era un frío mortal que abrazaba a toda la gente que, vestida de negro, venia a despedirme en mi nuevo viaje, como decidí llamarlo. Como yo había pedido, mi mujer me beso por ultima vez, mezclando su labial con sus lágrima y con las mías, y un video anteriormente grabado fue guardado en una caja fuerte que mi hija podría ver cada vez que quiera saber porque no estoy. El reloj marco las 17 y el doctor me susurro al oído que era la hora, mira a mi mujer y cerré los ojos.



Escrito Por Matías Calabrese de la Comisión I del segundo año para la Catedra Comprension y Produccion de Textos I


HASTA LA VUELTA!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Matiii!!! me re gustoo, pero es muy muy muy triste.
Sinceramente no me gustaria estar en el lugar de esa esposa, ni de esa hija... Mucho menos del médico que debió darle muerte.
Bueno, nada... triste, cierto, pero lindo, y muy de esos que llegan..

Besoo!!!