lunes, 10 de septiembre de 2007

"El Solitario Infierno" de Maria Sol Romeo

EL SOLITARIO INFIERNO

Marissa está apoyada en un rincón de su habitación. Desde allí observa que su cuarto está repleto de aparatos electrónicos y que esa es la única esquina que no ha sido tocada por la modernidad. Por eso está parada ahí. De vez en cuando, necesita tener otra perspectiva, quiere recordar.

“Lo que más extraño son las caricias”, piensa mientras repudia su vida actual. Su computadora hace un sonido estridente. “¡Ahora no!” grita Marissa como respuesta. Alguien está queriendo hablar con ella, pero cuando se dedica a pensar no quiere ser molestada por esa sonoridad programada. Llora porque recuerda que veinte años atrás cuando alguien deseaba comunicarse con ella decía su nombre. Ahora un aparato le avisa que un ser humano desea decirle algo. Muy patético para alguien que vivió la época pasada.

Cierra los ojos y recuerda el último día sin toques de queda. Se ve corriendo por el parque y besando a sus familiares, amigos y, por supuesto, a su amor. Ahora, las personas sólo se comunican por máquinas. Se trabaja a través de páginas Web, lo mismo ocurre con las compras al supermercado o de ropa. Un aparato mecánico de tres ruedas deja todo el un tubo que conecta las casas con las calles.

“Necesito mirar a los ojos”, le dice a su madre mientras observa el computador del cuarto. Sabe que quien alguna vez la tuvo en su vientre, también lo contempla desde su casa. Cuando su madre escucha esto, inmediatamente enciende la cámara que está ubicada al costado del monitor.

“No, así no quiero”, brama Marissa. “Quiero ver a alguien a los verdaderos ojos, necesito dar una mano”, continúa, pero su madre la interrumpe. “¿Cuántas veces más debo explicarte que si se tocan dos humanos virus y enfermedades se traspasan? Antes era posible hija mía pero ¡esa época terminó! Ahora debemos conformarnos con las computadoras que tanto amamos en sus comienzos”. La mujer más joven da vuelta la pantalla y retoma su espacio entre el cruce de las dos paredes sin tecnología.

Mientras se acomoda parada en la esquina, y hace fuerza para estar bien adentro del espacio, llora. Se lamenta por la vida que perdió y que no valoraba. Ella jamás se hubiera imaginado que no viviría así para siempre. Hasta el último día lo tomó como algo gracioso. Creía que solo duraría un tiempo. Hace ya veinte años de ese día y ella no lo comprende. Sigue luchando para que su corazón no se acostumbre a este desamparo.

Cuando se para allí recuerda también los besos y las caricias de Sebastián. Daría cualquier cosa por volver a tocarle la mano, tan sólo rozársela. Durante casi tres años se amaron día y noche. Nadie se los impedía. Ahora, sólo podían mirarse por un aparato.

Las caricias virtuales no son lo mismo. Son estímulos producidos por un traje especial. Parecen cosquillas molestas más que un apretón de manos o un masaje. Marissa odia no poder besar a Sebastián. No poder demostrar amor es lo peor q le ha pasado en su existencia.

No pueden casarse porque la gente ya no contrae matrimonio. A veces, se realizan unos análisis para ver si su sangre concuerda y allí se firma un contrato que posibilita que el mundo sepa que sos el marido o la mujer de alguien. “¿Para qué nos sirve un papel, Sebastián, si no nos podremos ver jamás?”, había sido la respuesta de Marissa durante todos estos años.

Marissa amaba su trabajo. El de antes. Ella enseñaba idiomas a los niños. Ahora existían dos opciones. Los padres compraban un programa, por Internet. Luego de ser descargado en la computadora personal del niño, una o dos horas por día, debía asistir a una clase donde un aparato lo calificaba.

La otra opción era que personas, como ella, conectaran su computadora con la de cada alumno y a la hora pactada todos se sentaran frente a la pantalla para recibir una clase un poco más humana. Cada uno instala una cámara y así, todos pueden verse. Las tareas deben escribirlas al mismo tiempo y si alguno se desconcentra o comienza a jugar, una luz se prende en la pantalla de Marissa señalando la ventana de ese pequeño. Al final de la hora, cada padre o tutor deposita una suma de dinero pactada en una cuenta a nombre de la profesora humana.

Ninguno de éstos inconvenientes le molestaba tanto como el hecho de que se sentía vacía. Muchas personas habían decidido tener hijos para no sentirse tan solos. Pero hasta tener un niño, se había vuelto un hecho espantoso. Si una mujer quiere ser madre debe contactarse con un banco de semen virtual que al cabo de unos meses le conseguirá la unión perfecta. Un aparto robotizado aparecerá con una sustancia que incluye espermatozoides y la mujer debe aplicárselo. El día del parto, otro aparato aparece y realiza el nacimiento.

Si un hombre desea tener niños, debe contactarse con un banco de vientres alquilados virtualmente. Al pasar unos días, un robot aparecerá y el señor deberá entregar su semen. Una mujer que presta su útero como un espacio de alquiler tendrá el bebé. Luego de nueve meses, el robot volverá con un pequeño y se lo entregará al afortunado padre.

“¡Lo más estremecedor que escuché en años!”, pensó Marissa mientras que recordaba el nacimiento de su hermana veinticinco años atrás. Toda la familia había corrido a la clínica para ver cómo nacía una nueva vida. “Creo que si mis padres hubiesen sabido qué mundo nos esperaba, jamás habrían decidido tener hijos”, analizaba una y otra vez.

Marissa abre los ojos y decide que ya fue suficiente. Si sigue comparando este solitario infierno que le toca padecer con la vida que alguna vez disfrutó deseará morir. Las mentes humanas de la época pasada son muy inestables. Quienes siempre vivieron así no saben la diferencia. Están conformes y creen que siempre fue de este modo.

Muchos tratan de explicarles a los niños que antes la gente reía más seguido. Que las personas se encontraban a toda hora para conversar o comer juntos y nadie moría a causa de ello. Pero los adolescentes no comprenden y los más chicos tampoco. “¡Pobres los que conocimos la otra vida!”, dice entre suspiros mienta una luz tintineando le comunica que es la hora del almuerzo y que en media hora debe dar una clase de inglés.


Escrito por Maria Sol Romeo de la primera comisión de segundo año.

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Hasta la Vuelta!

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