sábado, 15 de septiembre de 2007

Un día distinto de David Akerman

Un día distinto

Sonó la chicharra y me levanté. Eran las 06:35 según las agujas del viejo reloj. Me dirigí hacia el baño dispuesto a asearme. Antes, pasé por la cocina y llené una pava de agua (la que apoyé sobre la salamandra caliente) para tomar unos mates.


Mientras me duchaba, sentí el gritar de mis tripas, así que salí de la regadera, crucé el comedor y volví, de inmediato, a la cocina. Ahí, corté algunas fetas de pan viejo y les unté un dejo de mermelada que había quedado en un frasco dentro de la alacena. Comí dos rodajas y el resto las resguardé para la finalización del baño. La pava, aún, no había entrado en ebullición.


Pasaron algunos minutos, cuando terminé de asear mi cuerpo. Me cubrí con una toalla en la cintura y fui a sacar la pava del brasero. ¡Desayuné unos ricos mates amargos con unas buenas tostadas con dulce de ciruela! (como acostumbro hacerlo). Estaba pipón: creí que no me entraría mi tersa camisa blanca.


Ni bien terminé mi primera comida, comencé a vestirme. Camisa, calcetines, pantalón, cinturón, zapatos lustrados, corbata y saco acabaron de acomodarse a mi silueta a las 08:43 del veterano “tic-tac”.


Antes de salir a la calle, una última mirada al espejo. Mi reflejo me decía que en la cabeza faltaba fijador. Pero cuando todo parecía normal, cotidiano, hasta rutinario, una fatal noticia descubría esa mañana, que me anunciaba la ruptura de un día corriente que me llevaría a quién sabe que destino: no había “Gomina”.


Tras varias horas de meditarlo, angustiado, emprendí, a ciegas, la búsqueda de un mundo de sensaciones en el Buenos Aires querido bajo el sol radiante de mediados de octubre.
Caminé cuadras, mientras traspasaba docena de adoquines con mis pies encuerados en viejo charol del ’45. Tanto andar me condujo a una muchedumbre.


Una turba enardecida coreaba la liberación exitosa del General “perón” (tenía un mentón prominente) al coro de “Viva perón”, “Viva perón”. Yo estaba indignado por la situación de mi cabello ante tantos ojos expectantes.


Cada vez era más la gente la que se agolpaba a la Plaza. Cuanto mayor era la cantidad de personas, más fuertes eran los cánticos y la algarabía. Jamás había presenciado un hecho de tal magnitud en el país. ¡Tal recibimiento! Era descomunal.


No cabía un alfiler. Así que cedí mi lugar a otro y marché a mi casa. En el camino, me salí del recorrido algunas cuadras y compré en “La Barbería de Carlini” mi ansiado tarro de “Gomina”.
Solo faltaban algunas baldosas para abrir la puerta de mi hogar y las agujas de mi “Longines” anunciaban las 16:45. No lo podía creer, ¡cuanto me había demorado el acto de bienvenida del General! Estaba fascinado por la jugada del destino.


Una vez dentro de mi casa, corrí hacia el al almanaque que colgaba de un gancho de la cocina. Observé con exactitud que día era, porque quería que quedara en mis recuerdos durante toda mi vida, a modo de experiencia.


Así lo fue, un día distinto. Nunca pude olvidar aquel 17 de Octubre de 1945 en que salí a la calle con el pelo sin “Gomina”.

Redactado por David Akerman de Segundo Año de la Comision 2 para el Taller de Producción y Comprensión de Textos II.
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Sigan enviando sus trabajos a: unlp_miramar@hotmail.com

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